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Érase una vez... Tarantino

  • Foto del escritor: Javi Ojeda
    Javi Ojeda
  • 5 sept 2019
  • 3 Min. de lectura

Desde que apareciera por primera vez de la mano de su primera película, Reservoir Dogs, Tarantino ha conseguido asombrarnos de las maneras menos esperadas. Su cine consigue transportarnos a un universo que, a pesar de estar plagado de violencia, no es más que nuestro mundo, o no. La sangre, las vísceras y las carnicerías que se han convertido en un emblema que sus películas visten con orgullo también han supuesto el desagrado para otras personas que han preferido mantenerse alejado de su filmografía. Pero tenía que llegar con su novena película a la gran pantalla para hacernos ver que, todavía, tiene mucho que enseñarnos.


Tómatelo con calma

Érase una vez en… Hollywood es, sin lugar a dudas, una de las apuestas más interesantes del propio director. Para empezar, la película ronda las tres horas de duración, pero… ¿cuánto dura lo que realmente nos interesa de la película? La respuesta es bastante sencilla: Todos y cada uno de los minutos de exposición de la misma para poder entenderla en todo su esplendor, sumando, por supuesto, el gag final de los post-créditos.

Cliff Booth y Rick Dalton

La primera parte de la película, si la dividimos en dos partes, es una representación de la vida anodina, de la cotidianeidad, de lo que significa ver como tu carrera se enfrenta a un declive que no eres capaz de poder parar y avanza como una locomotora a través de unos raíles tan bien pulidos que parece que se eleve por ellos. Mientras uno de los protagonistas se enfrenta a un periodo de decadencia, el otro ya ha sido capaz de asumir que el cine, ese gigante industrial que se ha creado en Hollywood, no es un lugar para él. Acaba por conformarse con una vida con la que pueda subsistir, de manera irónica, en una caravana al lado de un autocine mientras sigue haciendo el trabajo sucio, que siempre ha hecho, del que se ha terminado por convertir en su mejor amigo y, por extensión, la única familia que parece tener.

Y es que no hay que olvidar, que esta historia se sustenta en como los personajes afrontan todo tipo de situaciones. La trama es simplemente la unión que se establece a partir de las acciones a las que se enfrentan los protagonistas gracias al establecimiento de la causa-efecto.


Jugando con el espectador

Si algo nos esperamos cuando entramos a ver una película de Quentin Tarantino es, como se ha mencionado el principio, una gran muestra de carnicería demostrada a través de la versión más salvaje del ser humano, o no. Lo que consigue con el noveno de sus films no es alejarse de su dialéctica habitual, si no abarcarla desde un punto de vista. Durante las ocho anteriores películas hemos establecido un pacto con el director a partir del cual sabríamos que la acción misma de la diégesis a la que nos enfrentábamos significaba un momento y un lugar idóneo para exhibir ese tipo de violencia. Los personajes como ladrones, asesinos, militares e incluso vaqueros muestran su proceso diario en el que, por razones y motivos obvios, han de enfrentarse a multitud de enemigos, bien por seguir con vida o porque ellos han tomado ese camino para la suya propia. No es de extrañar que la vida de un actor y su doble en el Hollywood de los años sesenta sea bastante más apacible de lo que estamos acostumbrados y, por lo tanto, hayamos de afrontar la película de manera diferente a como Tarantino nos tiene acostumbrados. Hasta la traca final apenas aparecen una o dos escenas violentas y las dos más relevantes: la del lanzallamas y la pelea con Bruce Lee, pertenecen a una meta-película y a un flashback.

Hay que destacar, las escenas de exposición que acompañan también a Sharon Tate y lo que suponen para la película.

De hecho, la conclusión de este personaje está clara: acabará muriendo, pero… ¿y si no? En primer lugar, podemos ver como el argumento juega con nosotros y nos hace establecer cosas por sentadas. La escena en la que Tate va al cine no sirve si no para mostrarnos la soledad de una mujer cuyo marido, por las cuestiones que fueran, ha dejado sola y esta, con el fin de entretenerse, acude al cine más cercano a pasar el rato y, ya de paso, ver su propia película mientras puede disfrutar de algo que, de alguna manera es impropio del cine, escuchar aplausos durante la representación.


Conclusión

Tras todo lo que supone el final del último acto de la película es la pantalla quien nos mira y, a gracias al uso del título podemos entender lo que hemos visto y porque no es correlativo con lo que sucedió en su momento. “Once Upon a Time in…” rememorando el paradigma de los cuentos de hadas para dormir, recurriendo al “que hubiera pasado sí…” pero dentro de la gran pantalla.

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